domingo, 16 de marzo de 2008

LA IDENTIFICACIÓN CON LA FORMA
  • EGO: Sistema de pensamiento que nos mantiene en el mundo de la FORMA.
  • Forma: Mundo material presentado por el EGO
  • Presencia: Estado en el que nos sentimos cuando nos sabemos pertenecientes a nuestro verdadero SER.
  • Mientras vivimos este mundo tenemos que estar sometidos a este sistema de pensamiento, aunque podemos hacerlo en la inteligencia de cual es nuestra verdadera naturaleza es decir, en nuestra presencia en el momento actual.
  • Mientras estamos identificados con el EGO sufrimos los envites de nuestra vida
Sí, hemos venido al mundo de la forma voluntariamente y, podemos gozar de ello. Al desasirnos del EGO viviendo en nuestra Presencia, y ser conscientes de nuestro verdadero SER, nuestra vida se convierte en una feliz experiencia.

sábado, 8 de marzo de 2008

Vivir en luz

Vivir en luz, es mirar al cielo y saber que el infinito es el limite Vivir en luz, es observar una pequeña hormiga y admirar su grandeza

Vivir en luz, es mirar por la ventana y observar como amanece y disfrutar cada color

Vivir en luz, es ver nacer la luna desde la montaña y dejarse atrapar por su resplandor

Vivir en luz, es observar las gotas de lluvia caer sobre el mar estando en el agua

Vivir en luz, es saber que tu y yo somos uno con el amor

Vivir en luz, es saber que el AMOR es el verdadero nombre de DIOS

Vivir en luz, es saber que dentro de nosotros DIOS tiene su templo

Vivir en luz, es saber que no estamos solos

Vivir en luz, es abrirnos en corazón y mente y sentir las distintas manifestaciones de AMOR de DIOS para nosotros

Vivir en luz, es saber que cada palabra de mi boca es inspirada por algo más fuerte que mis sentidos Vivir en luz, es poderte decir...TE AMO PORQUE ERES MI HERMANO... aunque no te conozco... pero estamos conectados porque vivimos en luz...

viernes, 29 de febrero de 2008

¡Ya estoy de nuevo! Todo ha salido increiblemente bien... En recuperación pero ya aquí, sobre todo gracias a vuestra energía positiva, a tanto cariño y a vuestra continua presencia. Os quiero¡¡¡¡¡

domingo, 17 de febrero de 2008

ACABA CON LA ILUSIÓN DEL TIEMPO

La clave es ésta: acaba con la ilusión del tiempo. Tiempo y mente son inseparables. Retira el tiempo de la mente y ésta se para, a menos que elijas usarla.

Estar identificado con la mente es estar atrapado en el tiempo: vives de forma compulsiva y, casi exclusivamente, mediante el recuerdo y la anticipación. Esto produce una preocupación interminable por el pasado y el futuro, y una falta de disposición a honrar y reconocer el momento presente y permitir que sea. La compulsión surge porque el pasado te da una identidad y el futuro contiene una promesa de salvación, de una realización de algún tipo. Ambas son ilusiones.

Cuanto más te enfocas en el tiempo —pasado y futuro— más pierdes el ahora, lo más precioso que hay.

¿Por qué es lo más precioso? En primer lugar, porque es lo único que hay. Es todo lo que hay. El eterno presente es el espacio dentro del que se despliega tu vida, el único factor que permanece constante. La vida es ahora. No ha habido nunca un momento en que tu vida no fuera ahora, ni lo habrá jamás. En segundo lugar, el ahora es el único punto que puede llevarte más allá de los limitados confines de la mente. Es tu único punto de acceso al reino informe e intemporal del Ser.

¿Has experimentado, hecho, pensado o sentido algo fuera del momento presente? ¿Piensas que lo harás alguna vez? ¿Es posible que algo ocurra o sea fuera del ahora? La respuesta es evidente, ¿no es cierto?

Nada ocurrió nunca en el pasado; ocurrió en el ahora. Nada ocurrirá nunca en el futuro; ocurrirá en el ahora.

La esencia de lo que estoy diciendo aquí no puede entenderse mentalmente. En el momento que lo entiendes, se produce un cambio de conciencia de la mente al Ser, del tiempo a la presencia. De repente, todo se vivifica, irradia energía, emana Ser.

Eckart Tolle (El poder del ahora)

viernes, 15 de febrero de 2008

Desde las dos primeras células hasta los 500 billones de ellas que constituyen nuestro cuerpo ya adulto, somos un ámbito de la inteligencia universal personalizada al venir al mundo. Desde este punto de vista, cabe preguntarse ¿a que nº de semanas tenemos derecho a interferir la progresión de esa vida en desarrollo? ¿a la primera? ¿ a la 21? Hay que pensar detenidamente sin frivolizar este tema...

sábado, 9 de febrero de 2008

El dolor de las mariposas

La belleza de las mariposas no es excusa para clavarlas disecadas en una colección. Mientras agoniza aleteando, no somos conscientes de su sufrimiento... Sin embargo se hace asiduamente para conservarlas en las cajas donde se guardan. A veces, somos insensibles al dolor que infringimos a los demás, nos resulta como el que no vemos en esos insectos, creemos que no sufren. Les vemos como lepidópteros que creemos no sienten. "Apenas tienen sistema nervioso y total por unos aleteos..." Pero lo percibamos o no sienten y sufren.

jueves, 7 de febrero de 2008

Fábula del Ancla y el faro

En un acantilado muy batido por el mar normalmente embravecido, había un faro construido justo en su punto más alto; era uno de los buscados como referencia por los navegantes de esa zona debido a su gran visibilidad que llegaba hasta 20 millas gracias a su situación privilegiada. Su majestuosa torre era característica de esa costa apareciendo en todas las fotos y pinturas que se hacían de ella.

Una década antes, en su base naufragó un gran mercante que impulsado por la fuerza del viento, fue a embarrancar en la pequeña ensenada que formaban las monumentales piedras. Se retiraron los restos más grandes que afeaban aquel pintoresco paraje, pero en su fondo quedó una de sus grandes anclas que era utilizada por pequeños barcos pesqueros de la zona en tiempos de bonanza, utilizándola mediante cabos atados como amarre.

El ancla sumida profundamente entre el lodo y las algas del fondo del mar se lamentaba siempre de su triste suerte:

¡Ah si pudiera ser ese magnífico faro erguido en el punto mas alto del acantilado! Siempre aquí abajo metida en el lodo; ¡apenas se me ve ya!

Por el contrario, el faro orgulloso de su espléndida figura encaramado en la roca, veía al ancla solo los días en los que el mar estaba más o menos calmado y decía: ¡Que pobre ancla! Con lo fea y roñosa que está, nadie pensaría que fuese una pieza única fundida en la factoría mas importante del país … en cambio yo desde aquí arriba con mi potente luz, oriento a los barcos en las tormentas salvándolos de los peligros que suponen los acantilados; además sin mi esta costa no sería lo que es; mi figura es característica de ella. Bueno, tiene que haber de todo, pero no quisiera ser esa pobre ancla sumergida en el lodo y en las algas. El ancla cada vez mas sumergida en el fondo iba poco a poco desapareciendo; solo se sabía de su existencia por los cabos que seguían atando los pescadores y que les servían de amarre.

Pero también pasó el tiempo para el faro que iba deteriorándose; su luz fue perdiendo fuerza debido al ataque violento y constante del viento, y a la furia del mar; su situación estratégica ya no era imprescindible para la orientación de los barcos. Un buen día en muy poco tiempo, llegaron unos hombres y montaron una antena de tremendo tamaño como ayuda a la navegación. El jefe de los montadores, decidió que la sombra que daba la torre del faro tan deteriorado perjudicaría al recién implantado radio faro en su labor de vigilancia y se dispusieron a derribarlo.

Conforme lo iban haciendo, el ancla gritaba una y otra vez ¡no lo derribéis por favor no lo derribéis es leyenda pura, uno de los iconos de esta costa! Pero el faro desapareció…

El ancla duró mucho mucho tiempo, y los pescadores siempre amarrando sus cabos a ella se favorecieron de la solidez con la que estaba incrustada en el lodo.

Tengamos asignado el papel que tengamos, ya sea agradable o difícil, acordémonos de que, en nuestro “contrato” firmado previamente, están especificadas todas nuestras condiciones y circunstancias de vida y que todas serán igualmente válidas para nuestro objetivo .

miércoles, 6 de febrero de 2008

El poder del amor Todo lo puede, todo lo supera, todo lo engloba. El miedo lo enmascara temporalmente pero al final SIEMPRE PUEDE CON ÉL. Es la energía más poderosa, la de más alta vibración, la que proviene de la Fuente omnisciente infinita...

lunes, 4 de febrero de 2008

Un meteorito como este, cambió el rumbo de la vida material en nuestro Gaia

domingo, 3 de febrero de 2008

Cuando el cielo esté Gris: Acuérdate de cuando lo viste profundamente azul. Cuando sientas frío : Piensa en un sol radiante que ya te ha calentado. Cuando sufras una derrota : Acuérdate de tus triunfos y de tus logros. Cuando necesites amor : Revive tus experiencias de afecto y ternura. Acuérdate de lo que has vivido y de lo que has dado con alegría. Recuerda los regalos que te han hecho, los besos que te han dado, los paisajes que has disfrutado y las risas que de ti han emanado. Si esto has tenido , lo podrás volver a tener y lo que has logrado, lo podrás volver a ganar.

Alégrate por lo bueno que tienes y por lo de los demás; desecha los recuerdos tristes y dolorosos, no te lastimes más. En lo bueno, en lo amable, en lo bello y en la verdad. Recorre tu vida y detente en donde haya bellos recuerdos y emociones sanas y vívelas otra vez.

lunes, 28 de enero de 2008

Acallar la mente, ese caballo desbocado que multiplica los pensamientos y gasta energía en darle mil vueltas a los acontecimientos y las ideas que nos asaltan. Para empezar, hay que conseguir ralentizar ese proceso conscientemente por lo menos una vez al día. Luego vendrán más, y así llegaremos a frenar aunque sea ínfimamente, ese proceso irrefrenable y pernicioso propio de la técnica del ego que nos esclaviza, haciéndonos creer que somos el cuerpo que vemos en el espejo...

domingo, 27 de enero de 2008

Ha llegado el momento de demostrarme, que nuestro nuevo paradigma nos sirve para algo más que reflexiones intelectuales. La "terrible" palabra, el monsntruo de 3 cabezas que tanto tememos cuando nos dicen de un ser querido, alarga su sombra sobre mi vida. No le temo, porque se que es una condensación de miedo. Contra el, voy a oponer su antídoto: el amor y la aceptación. Me va a obligar a mantenerme en hibernación una pequeña temporada, pero pasará como todo lo malo. Lo siento más por los más próximos sobre todo por mi pequeña Fat que lo va a sufrir, aunque ella ya está en la inteligencia de nuestro nuevo paradigma: Nada irreal existe... Espero que me deje seguir reflexionando y comunicándolo aquí.

sábado, 26 de enero de 2008

Cuando nacimos, estábamos perfectamente programa­dos. Teníamos una tendencia natural a concentramos en el amor. Nuestra imaginación era creativa y floreciente, y sabíamos usarla. Estábamos conectados con un mundo mucho más rico que el mundo con que ahora nos conec­tamos, un mundo lleno de hechizo y del sentimiento de lo milagroso.

¿Qué nos pasó, entonces? ¿Por qué, cuando llegamos a cierta edad y miramos a nuestro alrededor, el hechizo ha desaparecido?

Porque nos enseñan a concentramos en otras cosas. Nos enseñan a pensar de forma antinatural. Nos ense­ñan una pésima filosofía, una manera de mirar el mundo que está en contradicción con lo que somos.

Nos enseñan a pensar en la competición, la lucha, la enfermedad, los recursos finitos, la limitación, la mal­dad, la culpa, la muerte, la escasez y la pérdida. Y como empezamos a pensar en estas cosas, empezamos a cono­cerlas. Nos enseñaron que sacar buenas notas, ser buenos, tener dinero y hacer todo “como es debido” son cosas más importantes que el amor. Nos enseñaron que estamos separados de los demás, que tenemos que com­petir para salir adelante, que tal como somos no valemos lo suficiente. Nos enseñaron a ver el mundo tal como lo veían «ellos». Es como si inmediatamente después de haber llegado aquí nos hubieran dado una píldora para dormir. El pensamiento del mundo, que no se basa en el amor, empezó a retumbamos en los oídos en el mismo momento en que desembarcamos en esta costa.

El amor es aquello con lo que nacimos. El miedo es lo que hemos aprendido aquí. El viaje espiritual es la renun­cia al miedo y la nueva aceptación del amor en nuestro corazón. El amor es el hecho existencial esencial. Es nuestra realidad última y nuestro propósito sobre la tie­rra. Tener plena conciencia de él, tener la vivencia del amor en nosotros y en los demás, es el sentido de la vida.

El sentido, el significado, no está en las cosas. Está en nosotros. Cuando asignamos valor a cosas que no son amor: Al dinero, al coche, a la casa, al prestigio, damos amor a algo que no nos lo puede devolver, buscamos sig­nificado en lo que no lo tiene. El dinero, en sí mismo, no significa nada. Las cosas materiales, en sí mismas, no sig­nifican nada. No es que sean malas: es que no son nada.

Hemos venido aquí para crear junto con Dios, exten­diendo el amor. Una vida que se pasa pendiente de cual­quier otro propósito no tiene sentido, es contraria a nues­tra naturaleza, y finalmente nos hace sufrir. Es como si hubiéramos estado perdidos en un oscuro universo para­lelo donde se ama más a las cosas que a las personas. So­bre valoramos lo que percibimos con nuestros sentidos físicos y subvaloramos lo que, en realidad, en nuestro corazón, sabemos que es verdad.

Al amor no se lo ve con los ojos ni se lo oye con los idos. Los sentidos físicos no pueden percibido; se lo per­cibe mediante otra clase de visión. Los metafísicos la llaman el Tercer Ojo, los cristianos esotéricos dicen que es misión del Espíritu Santo, y para otros es el Yo Supe­rior. Independientemente del nombre que se le dé, el ir exige una «visión» diferente de aquella a la que estamos acostumbrados, una forma diferente de conocer y pensar. El amor es el conocimiento intuitivo de nuestro corazón. Es un «mundo trascendente» que secreta­mente anhelamos todos. Un antiguo recuerdo de este nos persigue continuamente, pidiéndonos por señas: regresemos.

El amor no es material. Es energía. Es el sentimiento hay en una habitación, en una situación, en una per­sona. El dinero no puede comprado. El contacto sexual no lo garantiza. No tiene absolutamente nada que ver con el mundo físico, pero a pesar de ello, puede expresarse. La experiencia que de él tenemos es la de la bondad, la entrega, el perdón, la compasión, la paz, el júbilo, la aceptación, la negativa a juzgar, la unión y la intimidad.

El miedo es la falta de amor que todos compartimos, nuestros infiernos individuales y colectivos. Es un mundo que sentimos que nos presiona desde dentro y desde fuera dando constantemente falso testimonio de la insensatez­

del amor. El miedo se expresa bajo diferentes formas: cólera, malos tratos, enfermedad, dolor, codi­cia, adicción, egoísmo, obsesión, corrupción, violencia y guerra.

El amor está dentro de nosotros. Es indestructible; como mucho se podrá ocultar. El mundo que conocíamos de niños sigue aún sepultado en nuestra mente. Una vez leí un libro delicioso, The Mists of Avalon. Las nieblas de Avalon son una alusión mítica a las leyendas del rey Ar­turo. Avalon es una isla mágica que permanece oculta tras unas tupidas e impenetrables nieblas. A menos que se desvanezcan, no hay manera de que un barco se abra paso hasta la isla, y sólo se desvanecen cuando uno cree que la isla está allí.

Avalon simboliza un mundo que está más allá del mundo que percibimos con los sentidos físicos. Repre­senta un sentimiento milagroso de las cosas, el ámbito encantado que conocíamos de niños. Nuestro yo infantil es el nivel más profundo de nuestro ser. Es aquel o aque­lla que realmente somos, y lo que es real no desaparece. La verdad no deja de serio simplemente porque no este­mos mirándola. El amor sólo puede quedar oculto tras las nubes o las nieblas mentales.

Avalon es el mundo que conocíamos cuando todavía estábamos conectados con nuestra ternura, nuestra ino­cencia, nuestro espíritu. En realidad es el mismo mundo que vemos ahora, pero configurado por el amor, interpre­tado con ternura, fe y esperanza, y con un sentimiento de admiración y de asombro. Es fácil de recuperar, porque la percepción es una opción. Las nieblas se desvanecen cuando creemos que detrás de ellas está : Avalon.

En eso consiste un milagro: en la desaparición de las nieblas, en un cambio de la percepción, en un retorno al amor.

(Marie Willianson: volver al amor)

domingo, 20 de enero de 2008

Una pequeña convivencia con la enfermedad propia y ajena basta para despertar de nuevo y darse cuenta de ¡cuanta solidaridad hay oculta entre los demás! y cuanto debemos valorar la salud. Sin ella, no podemos desarrollar nuestros objetivos, aunque también esa experiencia podemos vivirla con la inteligencia que te da una mente abierta, sobrepasando las dificultades y las molestias con mayor dignidad...

martes, 15 de enero de 2008

Mientras vivimos estos momentos, no nos damos suficiente cuenta de lo fascinantes que son. Al verlos, con el tiempo, los añoramos... y es que, no disfrutamos verdaderamente del momento presente.

lunes, 14 de enero de 2008

LA RESULUCIÓN DEL EGO

Merece la pena reconocer que la ilusión de un yo o entidad separada crea una falsa identidad cuya tenacidad resulta difícil de vencer por diversas razones. Uno se enamora de este precioso «yo», que termina por convertirse en una obsesión y en el foco subjetivo de lenguaje y pensamiento. El EGO adquiere cierto glamour como el héroe o la heroína del propio drama o historia de la vida. En esto, el «yo» se convierte en el perpetrador, la víctima, la causa, el desti­natario responsable de toda culpa y alabanza, y en el actor principal del melodrama de la vida. Esto también requiere una defensa del yo y que su supervivencia se convierta en algo de suma importancia. Aquí se incluye la necesidad de tener «razón» a toda costa. La creen­cia en la realidad del yo termina siendo equivalente a la superviven­cia y a la continuidad de la existencia en sí.

Por tanto, para trascender la identificación con el yo hace falta desprenderse de todas las propensiones mentales expuestas arriba. Para esto, hay que estar dispuesto a «sacrificar» ante Dios, por amor y humildad, todos estos rasgos y hábitos mentales, y sólo se puede llegar a una humildad radical restringiendo los pensamientos y las opiniones a su validez verificable. Esto es lo que significa estar dis­puesto a desprenderse de todas las suposiciones del pensamiento. Si se insiste en ello, las vanidades desaparecen como verdades y pasan a verse como fundamento de errores. Con un último y glorioso estruendo, uno se da cuenta de que la mente no «sabe», no «cono­ce» nada en realidad. Si acaso, sólo conoce «acerca de», pero no puede conocer realmente porque conocer realmente significa ser eso que es conocido; por ejemplo, conocerlo todo acerca de Chi­na no le convierte a uno en chino.

Limitar la mente a lo que conoce de forma demostrable es reducirla en tamaño e influencia, de tal modo que pasa a ser la sir­viente de uno, en vez de su dueña. Se hace obvio que la mente trata en realidad con suposiciones, apariencias, acontecimientos perci­bidos, conclusiones no demostrables y actividades mentales, todos los cuales identifica erróneamente con la realidad; cuando esa rea­lidad, tal como la conceptualiza la mente, no existe.

La mente tiende a ser expansiva y se atribuye a sí misma pen­samientos y opiniones «meritorios». Pero, si se examinan con atención, uno se da cuenta de que no hay ninguna opinión que valga la pena. Son todo vanidades, y no tienen importancia ni mérito intrínseco. La mente de cada persona está cargada de opiniones interminables; y, si se ven tal como son, las opiniones no son más que actividades mentales. Sin embargo, lo más importante es que surgen del posicionamiento y lo refuerzan, aunque son estos posiciona­mientos los que traen sufrimientos incesantes. Para desprenderse de esas posiciones hay que silenciar las opiniones, y para silenciar las opiniones hay que desprenderse de los posicionamientos.

También decrece el valor de la memoria, al darse uno cuenta de que no sólo hace que la mente perciba erróneamente el presente sino también el pasado, dado que lo que uno está recor­dando es realmente el registro de ilusiones pasadas. Toda acción pasada se basó en la ilusión de lo que uno pensaba que sucedía en aquel momento. Hay una profunda sabiduría en el comenta­rio cargado de arrepentimiento de «Bueno, en aquel momento, parecía una buena idea».

Mediante la contemplación y la meditación, la creencia en un

"yo» imaginario como yo verdadero de uno decrece, en la medi­da en que uno se da cuenta de que todos los fenómenos suceden por si solos y no como consecuencia de un «yo» interior volitivo.

Los fenómenos de la vida no vienen causados por nada ni nadie. Al principio, puede resultar desconcertante darse cuenta de que todos los acontecimientos de la vida son interacciones impersonales y autónomas de todas las facetas de las condiciones imperantes de la naturaleza y el universo. Entre éstas, están las funciones corpora­les, las actividades mentales y el valor y la importancia que la mente da a los pensamientos y a los acontecimientos. Estas respuestas automáticas son las consecuencias impersonales de la programa­ción previa. Al escuchar los propios pensamientos, uno se da cuenta de que lo único que está escuchando es esa programación. En realidad, no hay ningún «yo» interior que esté causando esa corriente de consciencia. Y esto se puede descubrir mediante el sim­ple ejercicio de exigir que la mente deje de pensar. Parece que la mente ignora completamente los deseos de uno, y sigue haciendo lo que hace porque no actúa en función de una decisión volun­taria. Con frecuencia, de hecho, hace exactamente todo lo contrario de lo que uno desea.

Un aspecto básico de la continuidad del EGO y de su capacidad para dominar es el de afirmar la autoría de toda experiencia subjetiva. El «yo pienso» o «yo creo» es sumamente rápido interpo­niéndose como causa supuesta de todos los aspectos de la vida de uno. Esto es difícil de detectar, salvo mediante una concentración intensa de la atención, durante la meditación, sobre el origen de la corriente de pensamientos.

El lapso de tiempo que transcurre entre una ocurrencia senti­da internamente y la reivindicación del ego de su autoría es de alre­dedor de l/l.000 de segundo. En el momento que se descubre este intervalo, el EGO pierde su dominio. Se hace obvio que uno no es más que testigo de los fenómenos, y no la causa de ellos o el que los realiza. Entonces, el yo se convierte en lo que es observado, más que identificarse con él como el que observa o experimenta.

Es interesante esta capacidad y esta función de rastreo. El EGO se interpone ciertamente entre la realidad y la mente. Su función es como la de un monitor de grabación de un equipo de alta fide­lidad. El monitor de grabación vuelve a poner el programa que acaba de ser grabado una fracción de segundo antes de su repo­sición. Por tanto, lo que la persona experimenta en su vida coti­diana es una reposición casi instantánea de lo que el EGO acaba de grabar. En este lapso instantáneo, edita de inmediato el material entrante en función de su programación previa. Así, la distorsión se genera de forma automática.

Esta pantalla oscurece la realidad y la oculta a la conciencia. Una de las primeras cosas que se notan cuando se trasciende el EGO es la enorme transformación de la vida en una intensa sensa­ción de estar vivo. Uno consigue experimentar la realidad antes de que fuera distorsionada, apagada y corregida con las suposicio­nes. El impacto, la primera vez que se experimenta la vida cuan­do se presenta como realmente es, es abrumador. Unos instantes antes de que desaparezca la ilusión del falso yo, hay, en los segun­dos restantes, un asomo de Realidad como nunca se hubiera podido imaginar. El hundimiento del aparato perceptivo del ego revela un esplendor asombroso. En esa fracción de segundo, se puede sentir también una verdadera muerte, cuando los remanentes de la estructura del EGO expiran junto con la creencia de que sólo él era real.

En resumen, se puede decir que el EGO es una recopilación de posicionamientos que se mantienen juntos gracias a la vanidad y el miedo, y que se desmontan en virtud de una humildad radical que socava su propagación.

Otro de los soportes del ego es la creencia de que es nuestra fuente de comprensión y supervivencia, y lo consideramos una fuente de información acerca de nosotros mismos y del mundo. Lo vemos como nuestro interfaz con el mundo; mecanismo que, al igual que una pantalla de televisor, nos trae el mundo y sus significados, y tememos sentimos perdidos sin él.

A lo largo de la vida, el ego-yo ha sido el centro de los esfuerzos de uno; de ahí que la inversión emocional en él haya sido enorme. El EGO es tanto la fuente como el objeto del esfuerzo, y está fuertemente imbuido de sentimentalismo, así como de toda una gama de sentimientos, fracasos, logros y pérdidas, victorias y tragedias. Uno se obsesiona y se enamora de esta entidad, de sus papeles y sus vicisitudes. La inversión en este “yo” ha sido tan grande que le hace parecer demasiado valioso como para soltarlo. Nos anclamos a él por tantos años de íntima familiaridad (tantas esperanzas, tantas expectativas y tantos sueños). Uno se aferra a este "yo”, que se cree que es crucial para experimentar la vida en sí.

Además de la enorme inversión de toda una vida en lo que creemos es nuestro yo, también aparece el espectro de la muerte en el horizonte del futuro. La espantosa idea de que este «yo» está destinado a llegar a su fin resulta estremecedora. La perspectiva de la muerte como fin del «yo» parece injusta extravagante, irreal y trágica. Hace que uno se sienta disgustado y asustado. Toda la pompa de emociones que se han vivido como consecuencia de estar vivo tiene que ser puesta en juego de nuevo, pero esta vez acerca de la muerte en sí.

La renuncia del ego como foco central de uno supone el aban­dono de todas estas capas de apegos y vanidades; y, con el tiempo, uno se enfrenta con la función primaria del ego: la de un control que' asegure la continuidad y la supervivencia. De ahí que el ego se aferre a todas sus facultades, porque su objetivo básico, para asegurar su supervivencia, es la «razón» que hay tras su obsesión por las ganancias, el aprendizaje, las alianzas y la acumulación de posesiones, datos y habilidades. El ego dispone de innumerables artimañas para posibilitar su supervivencia, unas vastas, otras obvias, otras sutiles y ocultas.

Para la persona media, todo lo dicho anteriormente resulta abrumador, además de una mala noticia. Sin embargo, para aque­llos que se encuentran en un avanzado estado espiritual se trata de

una liberación. De hecho, el ego-yo no tiene por qué morir en

modo alguno; la vida no llega a su fin; la existencia no cesa; y nin­gún destino horrible ni trágico espera en modo alguno al término de la vida. Al igual que el ego en sí, toda esta historia es imaginaria. Uno ni siquiera tiene que destruir el EGO, ni trabajar sobre él. Lo único que hay que conseguir es ¡dejar de identificarse con el ego como verdadero yo de uno!

Renunciando a esta identificación, uno sigue caminando y ha­blando, comiendo y riendo, y la única diferencia es que, al igual

que el cuerpo, el yo se convierte en «eso» en vez de «yo» o «esto».

Todo lo que se necesita, así pues, es abandonar la propiedad, la autoría y el espejismo de este yo inventado o creado y darse cuen­ta de que no es más que un error. Y es obvio que se trata de un error natural e inevitable, pues todos lo hacen, y sólo unos pocos descu­bren el error y están dispuestos o son capaces de corregirlo.

La probabilidad de corregir este error de identificación es una transformación que, ciertamente, no se puede hacer sin la

ayuda de Dios. Parece hacer falta mucho coraje y resolución para renunciar a lo que parece el verdadero núcleo de la existencia de uno. Al principio, la perspectiva se nos antoja formidable y genera un gran temor a la pérdida. Aparece el miedo a «Ya no seré yo». Se tiene miedo a perder la seguridad que proporciona aquello que nos resulta familiar. Lo familiar significa bienestar, y aparece la idea subyacente de «El "yo" es realmente todo lo que tengo». Renunciar a este «yo» familiar evoca un miedo al vacío, a la no existencia o a una terrible «nada».

Para facilitar la transición de la identificación del yo al Yo, con­viene saber que lo menor es reemplazado por lo mayor y, así, no es posible sentir pérdida alguna. La comodidad y la seguridad pro­piciadas por aferrarse a la identificación con el pequeño yo son minúsculas comparadas con el descubrimiento del verdadero Yo, pues el Yo está mucho más cerca de la sensación de «mí». El Yo es como «Mí», en lugar de sólo «mí». El pequeño yo tenía todo tipo

de defectos, miedos y sufrimientos, y el Yo real está más allá de todo eso. El pequeño yo tenía que llevar la carga del miedo a la muerte, mientras que el Yo real es inmortal y está más allá del tiempo y del espacio. Con la transición, la gratificación es completa y total. El alivio que proporciona el ver que toda una vida de miedos carecía de fundamento y era imaginaria es tan enorme que, durante un tiem­po, resulta difícil incluso funcionar en el mundo. Con el indulto de la sentencia de muerte, el maravilloso don de la Vida surge ahora con todo su esplendor, sin los nubarrones de la ansiedad ni de la presión del tiempo.

Con el cese del tiempo, se abren las puertas a una eternidad gozosa; el amor de Dios se convierte en la Realidad de la Presencia. El Conocimiento de la Verdad de toda Vida y Existencia se eleva con una imponente autorrevelación. La maravilla de Dios es tan omnipresente y tan enorme que sobrepasa toda imaginación. Estar al fin en casa, verdaderamente en casa, es algo profundo, completo, total.

La idea de que el hombre tenga temor a Dios resulta enton­ces tan ridícula que parece una trágica demencia. En realidad, eso que es la verdadera esencia del amor disuelve todo temor para siempre. También parece una comedia divina la absurda ignorancia de la humanidad y, al mismo tiempo, se ven como inútiles e innecesarias las luchas ciegas y los sufrimientos. El Amor Divino es infinitamente compasivo, y resulta difícil de entender que la gente crea en un Dios que se disgusta y se enfada con las limitaciones de las personas. El mundo ciego del EGO es una pesadilla interminable; incluso sus aparentes dones son evanescentes y huecos. El verdadero destino del hombre es darse cuenta de la verdad de la divinidad del origen y creador de uno, que está siempre pre­sente dentro de lo que ha sido creado y es el creador: el Yo.

Contentarse con vivir dentro de los confines del ego constituye el patético precio que hay que pagar por las raquíticas migajas que el EGO devuelve a cambio de sumisión y sometimiento a él. Sus pequeñas ventajas y placeres son lastimosos, fugaces y pasajeros.

Otra razón de la tenacidad del EGO es su temor a Dios. Este temor, se ve potenciado por la desinformación imperante acerca de la naturaleza de Dios, sobre quien, en este proceso de personificación, se han proyectado todo tipo de defectos antropomórficos que distorsionan la imaginación del hombre respecto a la naturaleza de la deidad. Al igual que una gigantesca lámina de Rorschach, las fan­tasías del hombre acerca de Dios se convierten, como bien dijo Freud, en el vertedero de todos sus temores y espejismos. El problema de Freud estribaba en que, a pesar de tener razón al afirmar que no existe tal dios falso, no sospechaba que, por el contrario, si que existe un Dios verdadero (lo cual da cuenta del nivel de Freud calibrado en 499). CarlJung, uno de los psicoana­listas contemporáneos de Freud, fue más allá que éste y proclamó la verdad del espíritu humano y la validez de los valores espiritua­les. (De ahí que Jung estuviera calibrado en 540). En estas obser­vaciones, vemos con claridad la demarcación y los límites de la razón, el intelecto y la racionalidad.

Para comprender la naturaleza de Dios, no hay más que co­nocer la naturaleza del amor mismo. Conocer de verdad el amor es conocer y comprender a Dios; y conocer a Dios es comprender el amor.

El último estadio en la conciencia y el conocimiento en la pre­sencia de Dios es la Paz, una paz que supone preservación y segu­ridad infinitas en una infinita protección. Ni siquiera es posible el sufrimiento. No hay pasado que lamentar ni futuro que temer, porque todo es conocido y siempre presente, y toda posible incer­tidumbre o miedo a lo desconocido se disuelve para siempre. La garantía de supervivencia es absoluta; no hay nubes en el hori­zonte, ni hay cosas como un futuro o un instante posterior que puedan ocultar un infortunio inminente. La vida es un «hoy" per­manente.

El estado de Realidad excluye cualquier causa, no hay en él ninguna relación posible entre un sujeto y un objeto. Así, no hay nombres, ni pronombres, ni adjetivos, ni verbos, ni «otro»; y, de

hecho, ni siquiera es posible relación alguna en la Realidad. No es posible ni la ganancia ni la pérdida. El Yo es ya «Todo lo que

es», y nada está incompleto. No hay nada que necesite ser cono­cido, y no queda ninguna pregunta. Todos los objetivos se han

alcanzado por completo y todos los deseos han quedado satisfe­chos. El Yo no tiene deseos, y está libre de necesidades y anhelos. Lo tiene ya todo gracias al hecho de que lo es todo. Ser «Todo lo que es» excluye toda posible carencia, y no hay nada que hacer.

No hay pensamientos que pensar. No hay mente con la cual preocuparse. El Yo-Dios-Atman no tiene necesidades. No se siente complacido ni decepcionado. No tiene sentimientos ni emociones, no tiene creencias ni actitudes. La existencia del Yo no supo­ne esfuerzo alguno. Aquello que es la verdadera fuente de toda existencia es por siempre libre e incondicional. El resplandecien­te poder de Dios es luminoso en sí mismo, a la luz de la misma consciencia, la cual no tiene necesidad de cuerpo, ni de materia o forma. Aquello que no tiene forma es el sustrato de la forma. El Yo no es crítico, es imparcial, totalmente accesible, presente y aceptador.

Rendir el yo ante el Yo es algo completamente seguro. El amor Incondicional del Yo por el yo es su garantía de misericordia. La emanación del Yo al yo es competencia del Espíritu Santo, que es el vínculo entre el espíritu y el EGO. A través de la oración, pedi­mos, permitimos y elegimos, por medio del libre albedrío, que el Espíritu Santo sea nuestro guía; y, por la gracia de Dios, la trans­formación hasta la iluminación se hará posible.

Se dice que la resolución del EGO se ve dificultada por su resistencia al cambio. El EGO no quiere cambiar ni que le cambien, a pesar de sus sufrimientos, sus miedos y sus lamentables desdichas. Se aferra a tener «razón» a toda costa, y acuna y guarda celosamente sus queridas creencias. De hecho, no es un enemigo al que haya que vencer, sino un paciente que necesita cura, En realidad, no está enfermo, y sufre de delirios que son intrínsecos a su

estructura. Para volver a la cordura sólo hace falta estar dispuesto a ser humilde. La Verdad se revela por sí misma; no es algo que haya que alcanzar o adquirir, sino que se irradia por voluntad pro­pia, La paz de Dios es profunda y absoluta. Su presencia es exquisitamente suave y absoluta. Nada queda sin ser alcanzado o sanado.

Tal es la naturaleza y la calidad del Amor. El Yo es el cumplimiento en la manifestación del Creador como existencia misma. Nada existe fuera del amor de Dios.

La historia de la Verdad se ha contado muchas veces a lo largo de todas las épocas, pero conviene contarla de nuevo. En el espacio vacío que se crea cuando el ego se da cuenta de que no sabe nada, el amor de Dios fluye repentinamente como una presa a la que se le hubieran abierto las compuertas. Es como si la Divinidad

hubiera estado esperando todos esos milenios para este momen­to cumbre. En un instante de sereno éxtasis, uno se encuentra al fin en casa. Lo Real es tan abrumadoramente presente, tan obvio y totalmente presente, que resulta difícil pensar que fuera posible creer en cualquier otro tipo de «realidad». Es como un extraño olvido, como la historia del dios hindú que quiso ser una vaca y después olvidó lo que había hecho, y tuvo que ser rescatado por otro de los dioses.

A veces, el EGO se identifica erróneamente y de forma más espe­cífica con la personalidad. Piensa, «Yo soy tal y tal persona». Y dice, «Bien, eso es lo que soy». A partir de esta ilusión, aparece el miedo a perder la propia personalidad si se renuncia al él. Se teme a la muerte de «lo que soy».

A través de la observación interna se puede ver que la perso­nalidad es un sistema de respuestas aprendidas, y que la persona no es el «yo» verdadero. El «yo» verdadero se halla por detrás y más allá de ella. Uno es el testigo de esa personalidad, y no hay razón alguna para que uno tenga que identificarse con ella. Con la apa­rición del Yo real como verdadero «yo», la personalidad, después de cierta demora de ajuste, sigue interactuando con el mundo, que no parece percibir la diferencia. La personalidad persiste hasta convertirse en una especie de entretenimiento, frecuentemente cómico, y, como el cuerpo, se convierte en una especie de novedad. En lugar de un «mí», la persona se ha convertido en un «eso» que funciona con su propio generador, por decirlo de alguna mane­ra. Tiene sus hábitos, sus maneras, sus gustos y aversiones, pero éstos carecen ya de verdadera importancia y no tienen conse­cuencias en cuanto a felicidad o desdicha. Del mismo modo, una apariencia persistente de emociones humanas ordinarias parece ir y venir, pero no tiene influencia ni poder alguno, porque las emociones ya no se identifican ni se sienten como «mías».

La gente en el mundo parece esperar determinadas respuestas, y se molesta si éstas no se dan; de modo que, por amor, se les per­mite aparecer, aunque en realidad son superficiales y no tienen importancia real. Con la renuncia a identificar el Yo con el EGO, no resulta fácil ni natural involucrarse en los detalles del mundo que requieren un procesamiento lineal. El enfoque parece hallarse ahora en la esencia más que en los detalles de forma, que requieren de una energía extra en su manejo. Esto se debe en parte al he­cho de que las frecuencias electroencefalográficas del cerebro que acompañan a los estados elevados de consciencia o a la iluminación están constituidas por ondas Theta (de 4 a 7 ciclos por segundo). Estas son más lentas que las ondas Alfa (de 8 a 13 ciclos por segun­do), que tienen lugar durante la meditación. En cambio, la mente ordinaria que es una experiencia del EGO, se halla predominante­mente en los más de 13 ciclos por segundo de las ondas Beta.

El mundo parece prestarle una atención desmesurada a lo irrelevante, y es necesario recordar que la gente considera todo esto como importante, significativo o, incluso, merecedor de dar la vida por ello. Por respeto a los sentimientos de los demás, resulta tranquilizadora cierta aproximación a las respuestas sociales habituales, o de lo contrario la gente puede sentirse rechazada o no sentirse querida.

Por ejemplo, las personas se sienten felices o tristes ante lo que perciben como una ganancia o una pérdida. En realidad, ni una cosa ni otra está teniendo lugar, pero es obvio que el indivi­duo lo experimenta como algo real. Mientras tanto, la simpatía se ve reemplazada por la compasión y la conciencia, antes que por una emotividad acorde con la situación.

Lo que las personas del mundo quieren en realidad es reco­nocer lo que son verdaderamente en el nivel supremo, ver que el mismo Yo irradia dentro de cada uno, sana sus sentimientos de separación y trae un sentimiento de paz. Traer la paz y la alegría a los demás es el don de la benevolencia de la Presencia.

viernes, 11 de enero de 2008

Si esto es así, ¿Nos daremos cuenta de nuestra capacidad?

EN EL UNIVERSO TODO ES ENERGÍA

EN EL UNIVERSO TODO ES ENERGÍA (Extracto de la película "El Secreto").

Sin importar en qué ciudad vives, tienes suficiente poder en tu cuerpo, poder potencial, para iluminar toda la ciudad durante más o menos una semana. La mayoría de las personas se definen a sí mismas por este cuerpo finito, pero no eres un cuerpo finito. Quiero decir, incluso bajo el microscopio, eres un cuerpo de energía.

Lo que sabemos de la energía es esto. Tu le preguntas a un físico cuántico lo siguiente “¿Qué es lo que crea el mundo?” Y él/ella responderá: “La energía”. “Bueno, describa la energía.” “Esta bien, jamás puede ser creada o destruida, siempre existió, siempre ha existido, todo aquello que ha existido alguna vez, existe siempre, adquiere forma, pasa por la forma y deja la forma. Bueno , genial.

Ahora se dirige a un teólogo y le pregunta: “¿Qué creó el Universo?” Y él o ella responderá, “Dios” “Bueno, descríbame a Dios.” “Siempre existió y siempre ha existido, jamás podrá ser creado o destruido, todo lo que existió alguna vez, existirá por siempre, siempre adquiere forma, pasa por la forma y deja la forma. Como pueden ver, es la misma descripción con términos distintos.

Y por eso, si piensas que es un vestido de carne que anda por ahí, vuelve a considerarlo. Eres un ser espiritual, un campo de energía que funciona en un campo de energía mayor.

Todos estamos conectados. Simplemente no lo vemos. No existe un allá afuera y un aquí adentro. Todo el universo está conectado; sencillamente es el mismo campo de energía.

Sois prolongaciones de la energía de la Fuente. Estáis aquí en estos cuerpos magníficos, pero vuestros cuerpos os han distraído en gran parte de aquello que realmente sois.

Sois energía de la Fuente ...

Sois seres eternos.

Sois la fuerza de Dios.

Sois aquello que llaman Dios.

De acuerdo con las escrituras podemos decir que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Podemos decir que somos otra forma en la cual el Universo se vuelve consciente de sí mismo. Podemos decir que somos el campo infinito de posibilidades que se abren. Y todo eso será la verdad.

Toda tradición importante os ha dicho que habéis sido creados a la imagen y semejanza de la fuente creativa.

Eso significa que tenéis el potencial y el poder de Dios para crear su mundo, y así es, así es.

Y quizás hasta ahora habéis creado cosas que son maravillosas y que merecen, pero tal vez no es así.

La pregunta que quisiera que tuvierais en cuenta es: ¿Acaso los resultados de vuestra vida representan lo que realmente deseáis, lo que merece? Si no representan lo que merece, entonces podría ser el momento justo de cambiarlos, porque tenéis el poder para hacerlo.

“TODO PODER PROVIENE DEL INTERIOR Y POR LO TANTO ESTÁ BAJO NUESTRO PROPIO CONTROL”

jueves, 10 de enero de 2008

MI NUEVO PARADIGMA

NADA REAL PUEDE SER AMENAZADO NADA IRREAL EXISTE